4.5.10

Mar, Océano Mar


No crecí junto al mar. Lo he visto varias veces, y cada una con menor entusiasmo. Nunca pude ver en él algo distinto a una cantidad de agua extraña que se arremolina y al que la gente por temporadas quiere asistir. Peces, sé que hay peses allí, y que hay personas que intentan atraparlos. El mar; eso era para mí. Algo infinito que podía fácilmente contenerse entre peces y personas que quieren atrapar peces.

Pero uno nunca puede andarse confiando, porque el agua quiere siempre rebosar las cosas, contenerlas todas, y hay gente que lo nota, y luego lo escribe. Alessandro Baricco lo hizo y con ello vino a maremotearlo todo. Gotas de su Océano Mar impregnan ahora, salubres, cada uno de los islotes de mi cabeza. Ahora el mar no me cabe ya entre los peces y las personas que quieren atraparlos.

Baricco posa sus pies en la playa e intenta delimitar su mirada, encuadrarla fijamente allí, en un área que contenga sus pies, y que le permita ver el momento exacto, en el que tras desmoronar sus olas, el mar detiene su arremetida, el momento en el que duda, en el que termina su fuerza y decide regresar. El momento en el que el mar se arrepiente de su inmensidad y decide dejar de ser infinito. Un único momento, que ni a momento alcanza, porque no es un segmento sino un punto en el tiempo. En ese punto en el que un péndulo decide cambiar de dirección, Baricco entiende que el final del mar no está en el horizonte sino a sus pies. Que allí termina. El mar termina.

Cuando decide abandonar el lugar, desenterrar los pies de la arena -esa que en la playa duda junto al mar, pues no sabe si es parte del mar mismo cuando este decide engullirla, o parte de la tierra cuando la abandona-, quedan huellas, huellas efímeras como las ideas que tenemos sobre el mar mismo, y que este se encarga de borrar. Pues el mar borra. El mar arrastra, el mar olvida. El mar no tiene caminos.

Baricco decide contarlo, y encuentra que el mar debe pintarse con el mar mismo. Así, si existe el mar, existen marineros, naufragios. Y si existen naufragios existe gente que se hunde y gente que no. Y la gente que no se hunde llega a veces a costas en las que existe gente que si esta por hundirse. Adolecentes que están enfermas de sensibilidad y que no tienen ideas que puedan defenderlas de las cosas, religiosos que escriben oraciones confrontando su dios para reencontrar su camino, pintores que han decidido hacer un retrato del mar y no encuentran sus ojos para poder empezar, hombres que esperan que el amor exista y escriben cartas a mujeres inexistentes para notificarlo, niños que pueden crear y adivinar sueños, esposas que han decidido dejar de serlo. Gente que ha ido allí, que espera que allí, frente a ese mar infinito que estar por terminar a sus pies, exista algo que le permita salvarse.

Además, Baricco lo hace con toda la conciencia del juego en su pluma. Ha calculado herramientas narrativas exactas y en Océano Mar las suelta una a una: pinta párrafos que se persiguen a sí mismos para morderse su propia cola, crea narradores que juegan a cambiarse el timón en medio de las peligrosas curvas narrativas, infiere fuerza en sus diálogos excluyendo la depuración de la duda que en ellos se hace, encuentra la música exacta para desenvolver avalanchas de palabras en párrafos inmensos con total ligereza, sugiere atajos en la escritura omitiendo partes que se potencian imaginándose, entreteje historias que al narrar autoengendran otras y logra hacer gravitar varias de sus líneas sobre palabras únicas.

Baricco toma prestada la fisionomía de la poesía, de la epístola, del cine, de la revista, del catalogo de pintura, de la enumeración, del guion, y vierte allí su narrativa, que líquidamente se ajusta exacta, tomando formas que apenas hubiera podido intuirse que podrían convivir en un mismo texto, sin que quedaran desperdigadas en islotes inconexos.

Con Baricco asistimos no solo a la lectura, sino a la escritura en sus textos. No solo trata de contar una historia, sino que muestra además cómo puede escribirla de otra manera. En la escritura de Baricco no solo se ve la silla, sino el hacha que cortó la madera, el torno que le dio forma y el hombre que decidió sentarse en ella. Océano mar es al mismo tiempo el laboratorio y el resultado de su propuesta narrativa.

En general, un libro trata de hacer siempre una apuesta mayor por su fondo, o por su forma. Cuando ponemos una balanza para tratar de saber que ocurrió en Océano Mar, esa balanza no se inclina sino que se fractura por el centro, pues Baricco descarga todo su peso sobre ambos extremos; forma y fondo incontenibles.

Como el mar, Océano Mar parece ser infinito aunque termine aquí en nuestras manos. En él hay esbozos de enciclopedias, cartas, y oraciones de las que apenas conocemos el nombre, y aun así, parecen estar escritas, pues todas las sensaciones que podrían generarnos ya están en nosotros. Nos gustan más las ideas de las cosas que las cosas mismas; simbólicos, como somos nosotros.

Si he de rezar literariamente por algo, que sea por esto: Baricco no emplea la fuerza para contener las palabras sino que permite que estas vayan depurándose, y encontrando como los ríos, inteligente y dulcemente con el tiempo, una salida a ese mar que deseaba contar. Porque Baricco deseo contar el mar. El Océano Mar.

2 comentarios:

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  2. Alex, lo felicito. Está muy bien escrita esta reseña. Yo no conozco la obra de Baricco. Y con esta reseña lo voy a pensar dos veces porque le tengo miedo al mar.

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