26.8.10

El Presente, metros atrás


Acerca de El pasado,
de Alan Pauls

Volvemos siempre sobre las cosas, una y mil veces, con los mismos gestos, las mismas palabras, los mismos afectos, que el tiempo ha ido entrenando subterráneamente, oculto bajo esa intemperie de la conciencia en la que creemos que todo sobre nosotros mismos puede saberse, que a todo tenemos acceso, que conocemos cada uno de los motivos por los cuales actuamos como actuamos, cada uno de los motivos por los que suceden las cosas.

Creemos que estamos decidiendo aquí y ahora, que algo nuevo está ocurriendo, que hay alternativas para actuar frente a cada cosa, que el presente es una elaboración inmediata quizá matizada mínimamente por algo que existió antes. Pero no hay matices, no hay aquí y ahora, no somos nada más que pasado; reproducciones continuas de esas primeras formas que se fueron grabando sin que ni siquiera supiéramos que se estaban instalando allí, adentro nuestro, muy adentro, tan adentro que con el tiempo van cayendo cada vez más a un fondo donde nadie puede bajar a observarlas, un fondo en el cual quien decide bajar, encuentra primero la oscuridad que el entendimiento. Y el amor, la forma más dura del pasado, no escapa a ello.

Así llega Alan Pauls a su tercera novela, El pasado, novela que lo llevo a hacerse del premio Herralde de narrativa en 2003. El pasado es un libro con forma de embudo en el que cualquier cosa que cae va a parar a esa primera relación entre Sofía y Rímini.

Sobrevolemos: Sofía y Rímini fueron pareja durante 13 años, fueron el obelisco de la sostenibilidad y la monogamia, fueron el prototipo de amor más vendido y aplaudido entre sus amigos, y un día dejaron de serlo todo y al tiempo. Desde ese mismo día Rímini trato de aterrizar en un territorio donde pudiera sentir que todo estaría superado (ese territorio del que se habla con tanta normalidad y donde nadie ha podido poner el primer pie), intentando omitir mensajes que Sofía hacia llegar intermitentemente desde la distancia con su herramienta más dulce: unas cartas llenas de paréntesis (paréntesis, esos pequeños espacios que reproducen mundos paralelos, informaciones complementarias que pueden resultar no complementarias sino indispensables) que buscaban que aunque Rímini no estuviera con ella, siempre estuviera allí.

Sofía sabe que la única manera posible de acercarse es estando en la distancia; la presencia continua extingue la posibilidad de que surja algo que compartirse. Entonces Sofía se retira para poder, estando lejos, narrar otros mundos a Rímini. Sabe que sus mensajes, que la escritura, es una forma mayor de la cercanía, es la presencia más allá del espacio. Sofía sabe que la única manera posible para acercarse a un punto, es no estando en él.

Mientras tanto, Rímini que huye de los paréntesis de Sofía, se va encontrando los suyos propios: aparecen y desaparecen, Vera, Carmen y Nancy, como una conclusión de que estar con cualquiera de las tres es estar con una forma inexacta de Sofía, o más aun, de estar sin ella. Rímini no puede dejar de pensar en Sofía, no porque la ame a ella directamente sino porque esa primera relación actúo como un idioma, como algo que rotulo las cosas, les dio nombre y las cargo de significado, e hizo que todo lo que fuera posterior se conociera en esos mismos términos.

Así acurre. Cuando llegamos a esas segundas y terceras relaciones, cuando se cree que el tiempo ha pasado y con ello las personas, volvemos a llamar las cosas por el mismo nombre, volvemos a encontrar cifrados los objetos, los lugares, los gestos, y así las personas que creemos que se han ido, no se han ido; se han quedado determinándolo todo.

Y nadie sabe cuál es ese primer momento, la hora cero en que las relaciones empiezan a invadirlo todo: cuando volteamos a mirar, las fotografías, los muebles, los lugares, todo ya está plagado; todo lo contiene ese lenguaje que es superior a la persona con que se ha adquirido y que perdura mas allá de ella, ese lenguaje que no es otra cosa sino el amor. Y este lenguaje, aunque venga de mucho antes no va evolucionando hacia formas más inteligentes que permitan esquivar la desdicha: el amor es una práctica en que la experiencia no tiene utilidad, un foso en que ni un gato caería de pie.

Aunque la hora cero este fatalmente perdida, salimos con impaciencia a tratar de dar con ella. Queremos que ese amorfo e incomprensible pasado, tome alguna forma en la que nos permita descansar la razón de este presente. Entonces, hurgándolo elegimos (fabricamos) momentos que nos permitan sustentar nuestra teoría: “este de aquí fue un día feliz, este un día triste, y este el más triste de mi vida”. Todo es la reelaboración (o elaboración sin mas) de un recuerdo, un pasado esculpido según nuestras capacidades.

Sofía y Rímini continúan estando mucho más cerca por compartir ese lenguaje frente a la desgracia, que por amarse a continuidad. Lo que consideramos esa primera distancia, esa ruptura, no lo es. El pasado dura mucho, el pasado tiene más presente y futuro que ninguna otra cosa.

El pasado pudo ser una novela de 300 páginas si en ella solo existirán Sofía y Rímini, y no sus paréntesis. Aunque quizá Pauls haya utilizado las 600 páginas como una metáfora más de su contenido: el hecho de que en las largas relaciones, no podamos percibir cuando El pasado, alternando momentos de tedio y enamoramiento, comenzó a cargar de símbolos este presente que ha estado muchos metros atrás de ese sitio donde siempre ponemos los ojos y vamos a buscarlo.

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