1.8.10

Del licor y sus razones

Hay momentos en los que se hacen preguntas y uno, tan descomplicado que viene, levanta la mano creyendo que estará inmerso dentro de una ola de manos que opinan de manera similar, que también les ha pasado esto y aquello, y que democráticamente manifiestan su apoyo con la posición, que la propia mano arriba, trata de defender.

Pero no. A veces la mano se le va quedando a uno arriba, y no hay manos, y no hay ola y a la gente no le pasa ni esto ni aquello. Y uno trata de averiguar con su madre si realmente uno no es un androide, y si no lo es, uno quiere saber porque solo a uno le pasa esto.

Comencé con el licor a una edad avanzada: 21. Avanzada porque las posibilidades daban para que fuera más temprano, y porque los diecitantos hubieran sido edades fenomenales para pasear la ebriedad sin remilgo. No ocurrió. Mientras mis amigos gateaban la ciudad, yo empeñaba esos años en la defensa por la posición del no consumo, con argumentos que fueron tan variados como ingenuos: daños neuronales, alcohol como excusa para el aglutinante social, mafia de las empresas productoras, pasividad del consumidor, etc.

Llegados los 21, el consumo como el no consumo se dio por la única razón que realmente soy capaz ahora de sostener con propiedad: porque si. Porque un día sí y otro no. Porque hoy si destapála.

Pero aquí hay algo que me ocurrió y por lo que ya he preguntado a mama si realmente mi padre no habita Saturno: en la navegación por mares alcohólicos he tratado de corroborar algunas propiedades medicinales importantes como el olvido y la inconsciencia, y he logrado llegar primero al vomito inducido que a cualquiera de ellas. Por el contrario, en los registros experimentales en momentos de consumo, recuerdo todo lo que ocurre con un grado de detalle mayor al que tengo en momentos de sobriedad, y puedo razonar, si bien no siempre mejor, nunca peor. He escrito fragmentos de mis tesis y programado numéricamente cálculos complejos con resultados óptimos, he estudiado para exámenes de materias últimas que me han permitido obtener grados académicos, he conversado con amigos encontrando soluciones a problemas impensables, y he disfrutado como nunca lecturas y conciertos (a propósito de esto creo que el alcohol tiene propiedades acústicas importantes; mejora el stereo de un modo impresionante).

Ok, ok; también he insultado y alagado con palabras no muy religiosas a un par de mujeres que lo merecían en ambos casos. Pero el alcohol no modifico en ese momento la escala de valores que sobre ellas tenía en momentos de sobriedad: aun nadando en ginebra los dinosaurios conservaban sus facciones, y a los bomboncitos no se les deformaba su belleza. Con el licor lo único que viene es un poco de valentía, que permite poner en boca esa información que penosamente se retiene en sobriedad. Clarifica, comunica. No muta los conceptos. Razono del mismo modo en sobriedad que bajo sus efectos.

El leve vaivén, la mirada perdida, el retardo entre la orden del envío del brazo y su respuesta, son efectos innegables, aun cuando de ser necesario, puedan disimularse.

Y así es que me han venido obrando las copas y así me han ido preguntando por qué me ocurre lo que ocurre.

PDT: No importan las cantidades sino las calidades. Satanas hizo el tequila a su imagen y semejanza para lograr detonarme con dolores de cabeza, y la pureza del ginebra siempre bendijo mis estados.

1 comentario:

  1. Para recientes (julio 31, 2010) acercamientos del autor a los paraísos etílicos sus "acústicas", ver:
    http://picasaweb.google.com/ntcgra/TallerRENATABDJCLCaliCelebracionDeClausuraJulio312010#

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