25.7.10

Zambra es breve

Acerca de Bonsái y La vida privada de los arboles,
de Alejandro Zambra

Breve. Solo esa palabra flota tras leer las dos primeras, y por ahora únicas, novelas de Alejandro Zambra. Que flote única esta palabra no deriva directamente de que Bonsái y La vida privada de los árboles sean experimentos narrativos de menos de 100 páginas; consiste en que Zambra no carga de trajes engorrosos el lenguaje y las acciones, con lo que ahorrando tambaleos, encuentra el camino más corto entre las ideas y la escritura.

En Zambra no se encuentran los complejos dilemas de la humanidad, que realmente nadie tiene, sino las ambigüedades cotidianas de clase media, comunes en casi todos. Zambra apuesta por la forma y no por el fondo, aunque quizá, más bien, el fondo exista y esté todo contenido en la forma de su propuesta. Si alguien metiera una cuchara en un libro de Zambra podría revolver sus piezas con libertad, pues lo espeso de la literatura le es ajeno.

Vamos con Bonsái. Bonsái trata de Julio, y de Emilia, de cómo pueden enamorarse y desenamorarse un par de jóvenes, de los irreconocibles motivos que permiten acercarlos y distanciarlos, de cómo pueden jugar por momentos a la eternidad, y de como la eternidad no sobrevive a ningún juego: Emilia muere interrumpiendo las vías del tren mientras Julio escribe un libro que surge a partir una mentira que intenta enmendar, y para el cual su inspiración principal es un Bonsái -elemento en el cual cree está cifrado toda la esencia de la escritura-.

De eso va Bonsái, de lo inaccesible, de lo cifrado que se encuentran los elementos que generan y consumen las cosas, y de la gente que los sobrevive o no.

Ahora, vamos su segunda incursión. La vida privada de los arboles es una un libro en suspenso, una pausa mientras lo que debe ocurrir no ocurre, un cuaderno de anotaciones de quien decidió espiar la espera consignando las divagaciones que atraviesan las horas muertas, horas en las que es imposible no tratar de reconstruir el pasado y esbozar el futuro.

Verónica debe llegar a casa en la noche tras su clase de dibujo, pero no llega. Julián la espera; inicialmente espera que llegue, pero después, cuando el tiempo se ha dilatando lo suficiente, espera que Verónica ocurra de cualquier modo, y así el libro pueda terminar. Mientras tanto Julián recuerda como su vida se fue superponiendo hasta tenerlo allí, leyéndole a modo de somnífero La vida privada de los arboles a Daniela, quien tampoco sabe porque su madre no llega, y porque Julián le lee lo que le lee.

Julián, quien aspira a escritor con unas pocas páginas que prepara en sus recesos como docente, y que el imagina una novela, entiende que dentro de las posibilidades puede existir la ausencia total de Verónica. Julián decide entonces poner el futuro a salvo del presente, y hace que Daniela cumpla automáticamente 20, 25, 30 años y con ello lea su novela, aun cuando Verónica llegue, o aun cuando no llegue.

Y así, recorriendo La vida privada de los arboles, hay quienes como Julián esperamos que en algún momento Verónica suceda en alguna de sus alternativas, mientras tratamos de bosquejar un futuro que pueda ponerse en el rincón más alto de los estantes, donde llegue a ser imperturbable por este presente incierto, un futuro lejos del alcance de todo, de nosotros mismos.

Por ahora en Bonsái y en La vida privada de los arboles, en esas menos de conjuntas 200 páginas, se encuentra contenida toda la sensible narrativa de Alejandro Zambra, quien ejerciendo antes de este experimento únicamente como poeta y crítico, encontró una extraviada nueva forma de la narrativa Latinoamericana.

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